El espejo de Portugal / Emilio González Déniz *

En aras de la información y la libertad de expresión, es innegable que hay que hablar mucho de los distintos aspectos que inciden en la situación en la que se encuentra nuestra sociedad y el planeta entero. 

Quien tenga algo importante que decir, que no calle, por favor, pero creo que estamos tan saturados de escuchar y leer cosas sobre detalles de los que solo tenemos informaciones confusas (cuando no interesadas), que en esto momentos creo que voy a intentar ponerme en el imaginado escenario de que la vida continúa como hace unos meses y trato de pensar sobre lo que escribiría un día como hoy.

Como es el artículo siguiente al 23 de abril, al ser persona que se mueve en el mundo literario, podría hablar del Día del Libro, pero se supone que ya eso lo habría hecho la semana anterior o en un trabajo en el suplemento Pleamar

Entonces queda claro que debo hablar de Portugal, ese país atrapado entre España y el Atlántico, que cada día nos está dando lecciones de grandeza política y ética, y porque está muy cerca el 25 de abril, fecha en la que se conmemora la llamada Revolución de los Claveles de 1974, un episodio si no insólito sí muy raro en la historia de los grandes cambios en la naciones. 

Y esa admiración que ahora expreso hacia Portugal no es una novedad, siempre ha estado presente en mi manera de pensar, y no es precisamente por la posible sangre portuguesa que, como mucha gente en Canarias, debe correr por mis venas, hasta el punto de que una de mis novela, El rey perdido, es un homenaje no declarado a ese país, porque se convirtió en eso sin que yo me lo propusiera al escribirla.

España lleva siglos ignorando a Portugal, lo mismo que algunas otras naciones europeas hacen con España. 

Es verdad que hubo una gran rivalidad entre los dos grandes estados de la Península Ibérica en la época de los descubrimientos que los hicieron muy poderosos. Pero la historia gotea día a día, y no hay motivos para sentirse superior a Portugal, un país con una sensibilidad tan especial que lo sitúan como una de las fuentes importantes (hay otras) de la idea de Europa, desde la creación de la Universidad de Coimbra, una de las más añejas del continente, que es también sede de una de sus bibliotecas más importantes y peculiares, nacida casi al mismo tiempo que la universidad. 

Cuando Lisboa vio cerrada una de sus salidas naturales que es España, acabó mirando a Inglaterra, y eso puso aún más barreras entre las dos naciones ibéricas.

Hoy, Portugal es el resultado de un período que ya abarca medio siglo, en el que los portugueses dejaron atrás esa presunción de superioridad paralela a la española. Desde el sentimiento de lo que son, han ido consolidando un estado serio, coherente y que, sin pretenderlo, está dando lecciones de democracia y sentido común a toda esa Europa que siempre ha mirado a Portugal por encima del hombro. 

Lo hemos visto en los últimos años, cómo ha sido capaz de lidiar una crisis que se ha transformado en recuperación. Ahora, en la hecatombe general que conmueve al mundo, ha vuelto a exhibir sentido común, virtud que parece que escasea en todo el Sistema Solar en los tiempos que corren. 

De hecho, es esa escasez combinada con la abundancia de egos aderezados de avaricia lo que nos ha conducido al agujero en el que estamos y del que no tengo ni idea de cómo vamos a salir; aunque el problema no es que yo no lo sepa, sino que ignoro si lo saben quienes tienen hoy capacidad para buscar soluciones. 

Por el momento, siguen los egos y la avaricia imponiéndose sobre ese sentido común que si ahora mismo tiene una nacionalidad es la portuguesa. Creo que son solo algunas de las muchas razones por las que Portugal es un espejo en el que el mundo debería mirarse.


(*) Escritor


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