¿Milagro o buena gestión? Portugal y la pandemia del COVID-19 / Ángel Rivero *
En el momento en que escribo estas líneas, en Portugal se han
producido algo más de 20.000 contagios por coronavirus y 928 muertes. En
España los contagiados superan los 200.000 y el número de fallecidos es
de 23.822.
Puesto que los dos países están situados en el mismo
contexto geográfico de la península ibérica, llama la atención la
abismal diferencia de víctimas que arroja esta tragedia en los dos
países. Portugal tiene hoy poco más de 10 millones de habitantes y
España algo más de 46 millones y, sin embargo, aunque multiplicáramos el
número de víctimas portuguesas por cuatro o por cinco la diferencia
seguiría siendo abismal.
Desde luego podemos atribuir una parte de este
contraste a la distinta suerte de los dos países, lo que desde luego
puede tener algún sentido. Pero si de verdad queremos aprender algo de
esta terrible situación, vale la pena atender a otras razones. A la luz
de los hechos, éstas deben empezar por reconocer el éxito del Gobierno
de António Costa, el primer ministro socialista, en la gestión de la
crisis sanitaria.
De modo que la pregunta primera sería ¿qué ha hecho Costa que no se
ha hecho en España? Para contestarla, antes es necesario precisar cuáles
eran los mimbres con los que contaba el primer ministro para su gestión
de la salud pública.
Portugal tiene uno de los mejores sistemas de salud pública del
mundo, el SNS (Serviço Nacional de Saúde), que estaría en el ranking
mundial entre los quince primeros; pero España tiene un sistema valorado
unánimemente como muy superior, entre los cinco primeros. El sistema
portugués está centralizado y dirigido desde el Ministério da Saúde, es
tendencialmente gratuito y universal. El español, por su parte, está
descentralizado, es gratuito y universal.
El portugués es
“tendencialmente gratuito” porque impone unas tasas moderadoras en todos
los actos médicos. Por ejemplo, los portugueses abonan 4.5 euros por
cada consulta con el médico de familia; 7 euros por cada consulta con
especialista; y 14 euros mínimo por la visita básica a urgencias. Estas
tasas están en vigor hoy día y las estuvieron en la legislatura
anterior, donde Costa tuvo un acuerdo de legislatura con el PCP y el BE.
Otra cosa que puede ser interesante para los españoles sobre el SNS
portugués es el gasto sanitario. La proporción total del PIB destinado a
sanidad en Portugal pasó del 9.82 en 2010 al 8.98 en 2017. En España se
ha producido un descenso, sobre todo en estos últimos años, pero no tan
pronunciado, del 9.02 en 2010 se pasó al 9.12 en 2015, para descender
al 8.84 en 2017. Es decir, en relación al PIB Portugal y España gastan
prácticamente lo mismo.
Sin embargo, el gasto público en sanidad de
Portugal es el más bajo de la UE después de Grecia. En relación al PIB,
este gasto fue en 2017 del 5.99 frente al 6.26% en España. Es decir, el
gasto público en salud es netamente inferior al de España. De hecho, el
sector sanitario privado portugués es el segundo más importante de
Europa después de Grecia.
Más de la mitad de los hospitales portugueses
son privados y, por cierto, los médicos portugueses son los peor pagados
de toda Europa occidental. En suma, en el terreno de la salud pública
Portugal y España tienen diferencias, pero no son tan distintos y, desde
luego, estas diferencias no explican el desarrollo antagónico de la
pandemia en los dos países.
Por tanto, la diferencia pudiera explicarse por la diferente gestión
política de la pandemia. Contra lo que se quiere sugerir en España, lo
que es distinto de Portugal en esta crisis no es la actitud de la
derecha sino la actitud de la izquierda. En Portugal, el presidente de
la República, Marcelo Rebelo de Sousa, del principal partido de la
derecha, el PSD, ha ido de la mano del primer ministro Costa del PS
actuando como si hubiera un gobierno de concertación, cuando no hay sino
un gobierno monocolor del PS.
Esto ha sido posible porque ambos
partidos forman un bloque central constitucional que siempre se ha unido
en los tiempos de dificultad para proteger la democracia portuguesa. De
hecho, los únicos gobiernos de coalición que ha habido en Portugal
(1978 y 1983-85) han sido gobiernos del PS con los partidos de la
derecha. No ha habido jamás en la historia democrática de Portugal un
gobierno del PS con la izquierda antidemocrática.
Esta confianza forja
una unidad de acción que ha permitido que Portugal tomara medidas
drásticas muy pronto, porque el Gobierno no se dedica a las guerras
culturales, ni a vilipendiar a la oposición, sino que se comporta
lealmente con los partidos comprometidos con la democracia. Es decir, en
Portugal es inimaginable un Gobierno como el de España, porque Portugal
ya aprendió en 1974-75 lo que pasa cuando se invita a los radicales a
entrar en el gobierno.
El 6 de marzo estuve impartiendo un seminario en Braga, en la
Universidade do Minho, en el norte de Portugal. A diferencia de lo que
pasaba en España, había dispensadores de desinfectante a la puerta de
los edificios y en los servicios de la universidad; carteles con medidas
de autoprotección grandes y claros por todas partes; y la gente había
sido informada y era muy consciente de lo que estaba pasando. Cuando
terminé mi seminario a las ocho de la tarde me dijeron que la
universidad se acababa de cerrar y que era el último en salir.
Se
declaró pocos días después el estado de alerta y el presidente de la
República, Marcelo Rebelo de Sousa, declaró finalmente el estado de
emergencia el 18 de marzo, cuando había dos víctimas de COVID-19 en
Portugal. Por cierto, esta declaración drástica fue iniciativa del
Presidente y no del primer ministro Costa, que la consideraba exagerada,
pero que terminó por aceptar. Los únicos que no votaron a favor de la
misma fueron los comunistas. Costa, por su parte, explicó que pasarían
muchos meses de dificultades y que el horizonte seguiría siendo sombrío
durante el otoño: ni ideología, ni manipulación, ni falsas promesas.
Portugal se confinó y de esta manera se conjuró una tragedia mayor.
Previsión, Gobierno razonable y moderado, respeto institucional,
información clara y unidad entre los demócratas es la receta portuguesa
que España no supo aplicar.
(*) Profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid
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