Portugal crece, España mengua / Borja de Arístegui *
El año que viene finaliza el plazo para que las Naciones Unidas tomen una decisión sobre
la petición del Gobierno luso que ampliaría la soberanía portuguesa
sobre aguas del Atlántico de 1,7 a 3,8 millones de kilómetros cuadrados.
Las aguas territoriales
siempre han sido un motivo de desencuentro entre países vecinos, y en un
inicio las aguas territoriales se medían por la distancia que alcanzaba
una bala de cañón disparada desde tierra firme.
Sin embargo, dado el
desarrollo tecnológico del armamento, pero sobre todo de la necesidad de
limitar los derechos de explotación de los recursos del mar, se buscó
una forma de resolver las disputas entre vecinos llegando a la
ratificación por 167 países de la III Convención de Naciones Unidas
sobre el Derecho del Mar.
Esta
soberanía marítima está basada en la conocida regla “12, 200, 350”.
Ésta estipula que un estado tiene la territorialidad de las aguas a 12
millas náuticas de la línea que marca sus aguas interiores (litoral) más
unas 12 millas extra denominadas continuas, una zona económica
exclusiva (ZEE) de 200 millas más, que puede ser ampliada hasta 350
millas por Naciones Unidas cuando los estados demuestren continuidad de
la plataforma continental bajo las mismas.
Las aguas territoriales
se ven interrumpidas si en éstas se encuentra una isla o archipiélago.
En caso de solapamiento de reclamaciones, se tiende por consenso a las
denominadas líneas medianas entre ambos estados, solución comúnmente
aceptada sin mayor problema por los firmantes de la Convención.
Portugal
es uno de los mayores estados por ZEE. Es el tercer país de la Unión
Europea, solamente por detrás de Dinamarca y Francia, y el vigésimo país
a nivel global. Ante la falta de vecinos en el Atlántico, la soberanía
de Portugal sobre estas aguas es aceptada, con la notoria excepción de
las aguas que rodean a las deshabitadas Islas Salvajes a unos 165
kilómetros al norte de Canarias y que son disputadas por España.
¿Qué hay detrás de este interés?
Portugal,
país de una enorme tradición marinera, ha tornado su vista al mar, y
quiere establecerse como una potencia naval a nivel global. Esta
pretensión viene recogida en el conocido Plan Mar-Portugal, y si fuera
aceptada por Naciones Unidas doblaría el tamaño de nuestro vecino, que
pasaría a controlar 2,1 millones de kilómetros cuadrados más de mar.
Detrás
de esta estrategia está un claro plan para llevar a Portugal a un nuevo
nivel de presencia en la esfera internacional. Según el artículo 76 de
la Convención, el derecho de explotación exclusivo de la nueva zona no
incluiría un monopolio sobre la pesca, pero sí sobre los recursos
naturales que puedan encontrarse en el subsuelo marino de ésta.
Según
las estimaciones más ambiciosas, esto daría acceso a Portugal a una
importante fuente de minerales
como zinc, cobre, plata, oro, manganeso, cobalto y otros metales de
interés en la industria tecnológica, así como a tierras raras.
Por
otro lado, los archipiélagos de Madeira y de las Azores se encuentran
en mitad de algunas de las rutas comerciales marítimas más transitadas.
La comisión a cargo de la estrategia nacional para el océano quiere
hacer del país uno de los centros neurálgicos, no solo del comercio
marítimo, sino también del sector naviero en el mundo.
Como parte de la
nueva estrategia fuertes inversiones en infraestructura crítica como
puertos o astilleros formarían parte de la estrategia de Portugal, así
como una fuerte apuesta por el desarrollo tecnológico del sector.
Portugal,
que ya cuenta con un territorio marítimo considerable, quiere crecer.
Nuestro vecino tiene muchas posibilidades de tener éxito en su
planteamiento. A excepción de las mencionadas aguas que rodean a las
Islas Salvajes, no existen solapamientos entre sus pretensiones y las de
otros países.
La situación periférica de Portugal juega pues a su
favor, y facilitaría el visto bueno de Naciones Unidas. Quizás dentro de
no mucho tiempo tendremos que dejar de mirar a Portugal como nuestro
hermano pequeño.
La buena gestión de la crisis sanitaria por parte del Gobierno portugués saca los colores al Gobierno de Sánchez.
En Portugal gobierna Antonio Costa, del Partido Socialista, con el
apoyo de los comunistas, ecologistas, y del Bloque de Izquierdas. Sin
embargo, las similitudes entre su gobierno y el nuestro no pasan de los
nombres.
A diferencia de Sánchez, Costa ha sabido proteger a sus
ciudadanos del virus. A diferencia de Sánchez, la política económica del
dirigente portugués ha sido diseñada para evitar gastos superfluos,
llegando a ser tildado como arquitecto del “milagro” portugués. Costa ha
seguido una política económica basada en la responsabilidad y el
control del gasto público y, en marzo, anunció el cierre de las cuentas
públicas del 2019 con superávit.
(*) Profesor de Relaciones Internacionales
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