Dos bodas de Estado pusieron fin a casi 90 años de enemistad entre los Reinos vecinos de España y Portugal
MADRID.- Este 1 de julio el rey de España Felipe VI reabrirá la frontera de Portugal tras la pandemia del Covid junto al presidente de la República Portuguesa, Marcelo Rebelo de Sousa, y los jefes de gobierno de ambos países, Pedro Sánchez y António Costa.
La ceremonia se celebrará en la frontera del río Caya, un lugar cargado
de simbolismo para las relaciones bilaterales, recuerda hoy Abc.
Allí tuvo lugar hace
casi tres siglos un intercambio de Princesas previo a dos bodas de Estado que pusieron fin a casi 90 años de enemistad
entre los dos reinos vecinos y convirtieron a una Infanta de España en
Reina de Portugal y a una Infanta portuguesa en Reina de España, según
relata el historiador Andrés Merino Thomas.
El
intercambio se formalizó el 19 de enero de 1729 en la frontera del río
Caya, entre Elvas y Badajoz, siguiendo el solemne ritual de la época,
lleno de pompa y ceremonia. Se construyeron tres pabellones sobre el río; uno en cada orilla para las delegaciones y otro, más importante, en el centro, donde tuvo lugar el intercambio.
Una de las Princesas era la española María Ana Victoria de Borbón
(1718-81), una niña encantadora que, según sus contemporáneos, reunía
todas las cualidades para ser una gran Reina y a la que llamaban
Mariannina. Aunque solo tenía once años cuando fue entregada a la Corte
de Portugal para casarla con José, el Heredero de la Corona, de catorce
años, la niña acumulaba unas experiencias que asombrarían a quienes se empeñan en juzgar los hechos del pasado con la mirada de hoy.
Matrimonios de Estado
Como todas las Infantas, Mariannina era una pieza clave de la política exterior,
que decidía sus matrimonios en función de los intereses de España. Con
cuatro años, sus padres, los Reyes Felipe V e Isabel de Farnesio, la
habían enviado a Versalles para que se educara en esa Corte y casarla
más adelante con el Rey de Francia, Luis XV, que tenía doce. Pero, al
final esa boda no se consumó: el Monarca se francés se casó con otra
Princesa y se acordó una nueva boda para Mariannina con el Heredero
portugués.
El mismo día que ella cruzaba la frontera desde España hacía Portugal, la Princesa Bárbara de Braganza,
que tenía 17 años, hacía el camino inverso para casarse con el Heredero
de la Corona española, el futuro Fernando VI. Bárbara no era muy guapa
y, además, tenía marcas de viruela, pero lo compensaba con su carácter y
su refinada educación. Gran lectora, hablaba seis idiomas, era culta,
amaba la música y tocaba el clavecín. A la entrega de las Princesas
acudieron las dos Familias Reales, acompañadas de grandes séquitos.
Los
Reyes de España, con sus cuatro hijos, el Príncipe de Asturias,
Fernando; la Infanta Mariannina y los Infantes Carlos y Felipe. Y los
Reyes de Portugal, Juan V y María Ana de Austria, acudieron con sus tres
hijos, José, Príncipe del Brasil; la Infanta Bárbara y el Infante
Pedro, así como con los hermanos del Rey, Francisco y Antonio.
La dolorosa despedida
Tras
el saludo y la firma de los contratos matrimoniales, ambas familias se
quedaron conversando hasta que cayó la noche y llegó la hora de la
dolorosa despedida, cuya ternura conmovió a todos los presentes.
Según relata José del Campo-Raso en sus «Memorias Políticas y
Militares», Mariannina «volvía a cada instante el rostro bañado en
lágrimas a besar las manos de Sus Majestades Católicas», y Bárbara de
Braganza «parecía no poder dejar las rodillas del Rey su padre y de la
Reina su madre».
Los cuatro Reyes «no pudiendo, no obstante la violencia
que se hacían, detener sus lágrimas, y haciéndose la escena difícil de
sostener, tomaron el partido de retirarse luego, después de terminadas
las entregas; y saliendo ambos Reyes a un tiempo de la casa, entraron en
sus coches, para volverse a Badajoz y Yelves».
María Ana Victoria llegó a ser Reina de Portugal,
tuvo ocho hijos, de los que cuatro superaron la infancia, ejerció como
Regente durante las convalecencias de su marido y vio a su hija María
convertida en Monarca.
Bárbara también fue Reina de España,
pero no tuvo hijos, y a su marido, Fernando VI, le sucedió su hermano
de padre, Carlos III. Ambas sufrieron por la mala relación con sus
respectivas suegras.
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